En el sitio donde pinchan todo es blanco. Las puertas de la entrada son blancas y se abren cuando pasamos. Las paredes son blancas y sin los bultitos con formas que hay en casa de mi abuelo. Mamá lo llama “goteló” o algo así. El suelo también es blanco, aunque tiene manchitas grises como si hubiera estado lleno de piedras algún día y un gigante superfuerte las hubiera chafado todas al pisarlas. En el sitio dónde pinchan hay dos tipos de personas, las que van andando de pie y están tumbadas en camas (blancas también para no desentonar) o van andando sentadas en sillas con ruedas. Yo siempre le digo a mi madre que quiero subir pero ella dice qué aún soy pequeño. Siempre soy pequeño para todo menos para que me pinchen y para comer garbanzos.
Además para variar, todas las personas llevan pijamas o batas blancas (creo que para camuflarse cuando les van a pinchar).
Pero lo peor de todo es cuando entro por la puerta que pone “Pediatra”. Allí también es todo blanco, hasta el propio Pediatra lleva bata blanca, y además no sabe dibujar porque tiene las paredes llenas de dibujos mal hechos y coloreados sin respetar los bordes. Seguro que a Pediatra no le ha dado clase Doña Victoria porque yo no me salgo por los bordes nunca.
Siempre salgo llorando y pensando mal de Pediatra, seguro qué a él tampoco le gustan las agujas. Cuando salgo haciendo pucheros y mi manecilla sujetando el algodón sobre el pinchazo pienso en que esto es lo peor que te puede pasar en el mundo, miró al resto de personas con pijama blanco y noto en sus caras que a ellos tampoco les gusta que les pinchen y estar en este sitio tan blanco y tan indeseable.
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